Hace ya más de 25 años, en uno de
mis viajes a Madrid para pasar el fin de semana y ver alguna obra de teatro,
acudí a una de esas salas experimentales de teatro de innovación, creado por
gente joven. Al sacar la entrada me entregaron una hoja en la que
voluntariamente podía escribir un tema cualquiera y depositarla en una caja que estaba justo al
entrar a la sala. Aquello me hizo dudar, pero puesto que había acudido a ver un teatro innovador y creativo, decidí
participar. En la cuartilla escribí simplemente "Zapatero a tus Zapatos". Nos aposentamos en las butacas
junto con más de doscientas personas que llenaban el teatro y esperé para ver
cuál sería la trama de la obra. Apareció en
el escenario un joven y explicó que la
representación de esa tarde no tenía trama, ni título, ni argumento.... Se
basaba exclusivamente en la creatividad de los actores y la improvisación. De
las cuartillas que se habían entregado a la entrada y depositadas en una caja,
se extraería una al azar y en base a las nota allí escrita se desarrollaría la
obra. Naturalmente con un argumento improvisado, con la entrada de los actores
en la trama también improvisada me
pareció esperpéntico y puse en duda de que esa "obra de teatro" pudiese
tener algún tipo de éxito, pero estaba allí sentado y no era cuestión de poner
pies en polvorosa, aguantaría estoicamente ese experimento, de hecho había
acudido a ese teatro a presenciar algo diferente, pero la verdad nunca pensé
que lo fuese hasta tal punto.
Con los cuatro actores en escena
(dos chicos y dos chicas), subieron la caja que contenía las papeletas y la
colocaron en el centro del escenario, hicieron subir a uno de los espectadores
de la primera fila y ante todo el público metió la mano en la caja y sacó una
papeleta. ¿Saben lo que decía la papeleta? "Zapatero
a tus Zapatos". En ese momento ya tuve muy claro que el fracaso sería
sonado. Desaparecieron los actores y
quedó en escena solamente uno de ellos, este dirigiéndose a los presentes dijo que él era el responsable de
una fábrica de calzados, pero también de alpargatas y que iba a relatar una
historia de la que podríamos sacar una buena lección, En un lado del escenario
se iluminó con una penumbra lo que podía representar una tienda de zapatos un
hombre y una mujer hablaban sobre una gran confusión del fabricante al haber
introducido en la caja, un zapato de mujer de tacón de aguja y una alpargata de
hombre. La cuestión era que la mujer (que representaba el zapato de tacón de
señora), deseaba salir inmediatamente de esa caja por sentirse vejada al estar
junto a una alpargata. La mujer (el zapato de tacón) le contaba las fiestas a las
que asistiría cuando lo comprasen, la envidia que generaría, con argumentos que
exaltaba su vanidad, la riqueza, el mundo idílico que iba a abrirse ante sus
plantas. El hombre (la alpargata) le hablaba de la humildad, de las personas
que sufren por no poder tener ese calzado. Entre ambos se produjo un acercamiento que
acabó con una abrazo de reconciliación y el compromiso, del zapato de mujer,
para que en su presencia sean respetados los derechos de los más necesitados,
prometiendo abandonar el alarde de vanidad y haciendo de su persona (el zapato
de tacón) una obra de arte por las manos del artesano que lo realizó y las
otras personas que intervinieron en su elaboración para hacerlo tan sublime. La
separación se produjo cuando al llegar un comprador y abrir la caja, la
señorita de la tienda llamó a la fábrica para devolver ese pedido que estaba
confundido. La separación del zapato de señora de tacón y la alpargata se
produjo fundidos entre lágrimas y con todos los espectadores de pie aplaudiendo
y, en mi caso, unido también a las
lágrimas de esos zapatos a los que se les separaba para siempre.
*Publicado en Valle de Elda Agosto 2017
*Publicado en Valle de Elda Agosto 2017
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