domingo, 16 de marzo de 2008

ALGO PARA RECORDAR (Publicado en CALZARTE Septiembre 2007)

ALGO PARA RECORDAR

Cuando alguien me pregunta por las piezas más valiosas que conserva el Museo del Calzado tengo que reconocer que me produce un cierto desconcierto, no pudo evitar que se acumule en mi memoria una serie de acontecimientos vividos en los años en los que estuve dedicado a recoger la mayor parte de piezas y objetos que forman nuestro Museo. Para poder evaluar el verdadero valor de los múltiples objetos, obras de arte, utensilios, maquinaria, zapatos y documentos que se han catalogado en las distintas secciones, debemos realizar una discriminación obligada, en primer lugar destacaría las piezas que encierran un valor sentimental, en segundo lugar el valor histórico y por último, sin atreverme a establecer prioridad alguna, el valor económico.

Al dejar mi puesto de director reconocí que durante los más de quince años en los que trabajé para poner en marcha este Museo, pasé por muchas situaciones emotivas que en algunos casos llegaban a ser dramáticas; cada pieza, cada objeto o zapato recogido aquí y allá, encerraba una carga emotiva que acompañaba a su autor, a su propietario; tal es así que desde aquel año 1987 en que inicié la aventura, recorrí cientos de lugares y viviendas, muchas de esas visitas solicitadas por las personas que deseaban entregar al Museo un objeto que guardaban como una reliquia, se producían con relatos que hablaban de sacrificio en el trabajo, de personas ya desaparecidas y que, en un intento de guardar su memoria, me entregaban aquello que más apreciaban. Cuando regresaba a casa daba vueltas a aquellas historias y ante la posibilidad de que aquel intento quedase solo en eso, me embargaba una enorme responsabilidad y el deseo de crear ese museo se transformaba en una obsesión. Al asumir todas aquellas historias, mi sensibilidad por el oficio de zapatero, que ya era grande, se acrecentaba y la industria que conocía desde otro aspecto, se hacía mucho más humana. Por eso hablar de “valores” en los elementos expuestos en nuestras salas es mucho más complejo de lo que parece.

Voy a referirme a algunas de las piezas que tienen una enorme carga sentimental y por ello un gran valor no visible ante los ojos del visitante, creo que es bueno que nuestros lectores conozcan también algo de esas pequeñas historias que encierran muchos objetos del museo.

En el año 1990 una señora me citó en su vivienda para hacerme entrega de una pieza para el Museo del Calzado que había oído se estaba empezando a organizar en Elda, acudí intrigado esperando encontrar ese “regalo” que se incorporaría a las colecciones pendientes de clasificar, en presencia de sus hijos y algún nieto, me hizo entrega de una pequeña caja de cartón con signos de humedad, en su interior y entre algodones casi amarillentos había un pasador de botones para botines de señora de acero, se trataba del único instrumento, más que herramienta, que guardaba de su marido que en los años 1910-1920, había sido un buen fabricante de calzado de señora.

En aquellos días otra persona me hizo ir a su vivienda para entregarme otro bien preciado que había guardado más de medio siglo. Me habló del trabajo de su padre y de cómo había mantenido a su familia numerosa a base de vocear por las calles de Torrente (Valencia) el reclamo de poner medias suelas, colocar tacones o cualquier otro desperfecto en los zapatos, aquella persona llevaría durante muchos años colgado a la espalda un yunke o “pié de cisne” encajado en un trozo de tronco de olivo; recuerdo que al dejar la casa se despedían de aquel objeto con auténticas muestras de dolor, como si realmente se despojasen de algo que ha sido fundamental en sus vidas.

Por último me voy a referir a mi entrañable y desaparecido amigo González de la Horteta (el pajarito como cariñosamente algunos le llamaban); siempre me decía que guardaba una herramienta única que sería la estrella del museo, la verdad es que me mantuvo intrigado durante unos años, la historia de aquella herramienta era muy digna de estar entre las piezas más valiosas del Museo, se trataba de un fleje de cortador con funda de cobre, pero lo verdaderamente extraordinario era que se trataba de la primera cuchilla tipo fleje que había llegado a España; cuando el Sr. de la Horteta estaba trabajando de cortador en una fábrica de calzados de Barcelona, conoció a un compañero que procedía de Armenia y que empleaba este tipo de cuchilla para cortar la piel, sintió curiosidad por la herramienta y la recibió como un regalo y un recuerdo, llegó a Elda con ese flamante fleje y a los pocos meses se había puesto de moda en la sección de cortado (hay que recordar, que antiguamente se cortaba la piel y el forro con una cuchilla de acero parecida a la empleada por los zapateros pero de uno o dos centímetros de anchura de hoja, los flejes son también de acero pero mucho más flexibles, antiguamente también se empleaban para cuerdas de reloj).

Esas pequeñas anécdotas son las que enriquecen y prestigian un sector como el nuestro, transmitiendo estas vivencias rendiremos un pequeño homenaje a los que trabajaron en otros tiempos y con medios muy rudimentarios.


José María Amat Amer
Fundador y Director Honorífico del Museo del Calzado de Elda

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